Desde el nacimiento hasta los seis años aproximadamente los niños tienen una predisposición natural a realizar actividades motrices que les conducen a un refinamiento de los movimientos, a establecer una comunicación entre mente y cuerpo y a entender cómo funcionan los cuerpos. La motricidad parte de la consciencia del cuerpo. Podemos recordar la sorpresa aparecida en la cara de un bebé cuando reconoce sus manos por primera vez, es una situación especial. Sin esa consciencia poco puede desarrollar desde el aspecto motriz.
Durante este periodo que va hasta los seis años, el niño muestra un gran interés por imitar los movimientos de los adultos. Disfrutan realizando este tipo de actividades y es así como aprenden.
El periodo sensitivo para el refinamiento del movimiento se divide en dos: desarrollo de la motricidad gruesa (o el uso de las piernas-cuerpo) y el desarrollo de la motricidad fina (el uso de las manos). A través de la manipulación y la actividad se puede refinar la coordinación, el control y el movimiento.
Posteriormente se adquieren nuevas habilidades motrices como andar en bicicleta, dibujar, escribir,…Incluso el habla se puede considerar como una actividad motriz en cuanto requiere de la coordinación, control y movimiento de una parte del cuerpo.
Y no dejamos de aprender nuevos repertorios de movimientos: practicar un deporte, tocar un instrumento musical, escribir un mensaje de texto en el teléfono móvil, conducir,…