Emociones. Parte I. Emociones primarias y básicas

De qué manera actúan las emociones- y cómo podemos apañárnoslas para controlarlas o ayudar a otros a controlarlas- quedará más claro con un análisis detenido de las cuatro emociones primarias: el miedo, la ira, la tristeza y la alegría.

 El miedo: Las reacciones físicas y mentales al miedo eran tan importantes para la supervivencia del hombre primitivo que hoy siguen siendo muy poderosas y duraderas. Por desgracia, esa respuesta adaptativa no es siempre la apropiada en el mundo actual. La evolución de nuestra civilización la ha apartado de la necesidad de reaccionar exageradamente, pero seguimos haciéndolo. Reaccionamos con desmedida de forma regular a los problemas de poca monta y ello puede hacer que nos suba la presión sanguínea, que se sufran enfermedades cardíacas, que se tenga migrañas,… El pánico y las fobias son manifestaciones también de un funcionamiento defectuoso del sistema nervioso. En cuanto aprendemos a tener miedo de algo, se nos programa el cerebro para recordar ese estímulo de la misma manera, y cuesta librarnos de nuestros miedos condicionados.

            La reacción de sobresalto es un buen ejemplo de un mecanismo adaptativo del miedo que a veces se descontrola. Un ruido fuerte, repentino, provocará en casi todo el mundo un sobresalto. Como este tipo de ruido se asocia a menudo al peligro, hay que ponerse de inmediato en estado de alerta y hacer que se segregue la adrenalina. Sin embargo, si un estímulo como un ruido fuerte se asocia repetidas veces con una situación peligrosa, habrá quienes desarrollen una reacción de sobresalto demasiado activa. Es frecuente en el síndrome de estrés postraumático. Quienes lo padecen se sobresaltan con facilidad y asiduamente.

            Las reacciones de miedo ante estímulos súbitos que pueden poner en peligro la vida son automáticas en casi todas las personas, pero muchas otras reacciones de miedo deben aprenderse. La mayoría nos asombramos, por ejemplo, de que parezca que los niños no tienen miedo a las alturas. Estudios recientes han hallado además que los cerebros de los adolescentes pueden no tener completamente desarrolladas las rutas razonadoras necesarias para calibrar el miedo como es debido. Aparentemente, hay un desplazamiento gradual del procesamiento emocional y cognoscitivo, de lo instintivo a lo cognoscitivo, a medida que el cerebro adolescente aprende y crece. Ese incremento de la sabiduría o de la activación de la corteza frontal puede ayudarlos a permanecer tranquilos en situaciones de estrés, pero también puede hacer que aprendan de sus padres o amigos miedos que no tenían.

 Por otro lado, el miedo, como el resto de emociones, se puede desear experimentar, como hablé en otra ocasión.

La ira: La segunda emoción universal es la ira. Todos experimentamos la ira en un momento u otro, y es fácil reconocerla en la cara de los demás. Aprender a controlarla es un paso natural e importante en el desarrollo del niño y sin embargo una de cada cinco personas experimenta accesos de ira que dirá que no puede controlar. En una confrontación acalorada, una persona puede sentir que su cerebro va demasiado deprisa, que tiene en cuenta todos los aspectos de la situación que está provocando su ira, e incluso cosas del pasado, lo que sirve para echar más leña al fuego. Sin la inhibición de la corteza frontal, los pensamientos tienen libertad para descontrolarse, y el individuo de inmediato se muestra sobreestimulado. Este “ruido” es muy difícil de superar de una manera racional. La corteza frontal es menos activa de lo que debiera; la función ejecutiva menos activa de lo normal, no está tan alerta, se abruma y luego le cuesta poner freno.

            El problema puede exacerbarse por una incapacidad de expresar los propios pensamientos y emociones. La verbalización de los pensamientos y sentimientos agresivos es el mejor antídoto contra la violencia. Sin embargo, la adicción a la agresividad es una forma de resolver los problemas y de aliviar su frustración, por lo que es muy difícil que una persona colérica cambie.

La tristeza: En el cerebro, la tristeza parece estar relacionada con un aumento de la actividad de la amígdala izquierda y de la corteza frontal derecha, y una disminución de la  actividad de la amígdala derecha y de la corteza frontal izquierda.

            Una tristeza prolongada puede causar una hiperactividad constante de la amígdala y de la corteza frontal. Cuando pasa eso, la tristeza puede desembocar en depresión, que se caracteriza más por un aturdimiento emocional que por un sentimiento intenso.

            La depresión puede caracterizarse por sentimientos de desesperación, culpa, indefensión y desesperanza. Los síntomas que pueden manifestar quienes la padecen son una capacidad menor para concentrarse, pero memoria, pérdida o ganancia de peso, fatiga, perturbaciones del sueño y pérdida de interés en las actividades diarias, entre otros.

La alegría: ¿Cómo experimentamos la alegría? Es tanto la experiencia fisiológica del cariño y satisfacción como la apreciación cognoscitiva de que las cosas son como deberían ser. Alegría, felicidad, placer son su propio incentivo; son lo que hace que la supervivencia y la propagación de las especies merezca la pena. Los neurotransmisores y las endorfinas desempeñan un papel importante en la percepción del placer.

            No toda alegría se debe a estímulos físicos. Nos sentimos felices cuando se nos elogia, nos encontramos un billete o acabamos un rompecabezas. Estos estímulos echan a rodar la bola del placer al suscitar la segregación de un chorrito de dopamina, serotonina y oxitocina en los centros del placer.

            Una de las emociones más alegres es la risa, pero es difícil explicar su neuroquímica. Nos reímos cuando algo nos causa la impresión de ser divertido, pero también cuando estamos nerviosos y, a veces, solo porque se están riendo otros. La risa deriva de la emoción primaria de la alegría, pero confunde un poco por lo muchas y variadas que son las circunstancias que la provocan.

Acerca de Myriam Moral-Rato

Comencé mi andadura en el campo de las Neurociencias en el año 1991 y desde entonces no ha dejado de apasionarme este campo. Quisiera compartir con vosotros la pasión por conocernos a nosotros mismos, por indagar y experimentar qué hace nuestro cerebro para permitirnos desarrollar tantas actividades como nos propongamos. ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar qué hace nuestro cerebro para por ejemplo poder leer estas líneas: poder verlas, distinguirlas, leerlas y comprenderlas? ¿Y, qué debe hacer nuestro cerebro para poder recordarlas? El trabajo desempeñado como neuropsicóloga me ha permitido observar los cambios que se generan tanto en la persona que sufre un daño cerebral, como en sus allegados y en su entorno, a todos los niveles. ¿Cómo afectaría a nuestra vida si nuestro cerebro no nos permitiese funcionar adecuadamente: podríamos ir al cine, podríamos conducir, podríamos salir solos de casa, o trabajar y estudiar,…? Y si fuese así, ¿cómo saber qué es lo que falla, como poder solucionarlo o paliarlo, cómo poder mejorar nuestra calidad de vida? ¿Y, cómo pueden ayudarme o comprendernos los demás?
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