Tendemos a cuidar los órganos de los sentidos, nuestros ojos, oídos,…; sin embargo descuidamos el cuidado de nuestro cerebro al respecto.
Todo lo que conocemos acerca del mundo nos llega a través de los sentidos. Tradicionalmente, se pensaba que tan sólo teníamos cinco de ellos—visión, audición, tacto, olfato y gusto—.
Actualmente, los científicos reconocen que tenemos muchas otras clases de sensaciones adicionales, tales como el dolor, la presión, la temperatura y la propiocepción. Las áreas cerebrales involucradas son llamadas áreas «somato sensoriales» y se incluyen dentro de lo que denominamos tacto.
Para analizar y procesar la información sensorial que llega de los órganos de los sentidos, lo primero que tiene que hacer el cerebro es traducir y codificar esa información (sonido, luz, olfato, calor, presión, gusto) a su propio lenguaje, es decir, convertirla en potenciales de acción (señales eléctricas) que la representen, que representen el mundo, del mismo modo que los puntos y rayas del código Morse representan los mensajes en el telégrafo.
Cualquiera que sea el modo por el cuál entra la información en el cerebro, el resultado final de la traducción es el mismo: la célula genera una señal eléctrica que viaja rápidamente a través de la densa espesura de conexiones de células nerviosas, presentes en el cerebro, haciendo llegar las noticias del mundo exterior en una lengua de tipo código Morse, que el cerebro puede entender.
El cerebro capta la información que le interesa mediante receptores sensoriales.
Una vez hecha esa traducción, el cerebro analiza esos potenciales para interpretarlos y comprender su significado. Su estrategia para ello no consiste en procesar cada estímulo sensorial que recibe de un modo global, sino en desmenuzarlo y analizar simultáneamente y por separado sus diferentes características (brillo, color, movimiento, por ejemplo ante una imagen visual). Cada tipo de información sensorial se analiza y procesa en una parte diferente de la corteza cerebral que la desmenuza en sus características básicas, son las denominadas áreas primarias o de proyección. Sólo en la visión se conocen 30 zonas diferentes especializadas en extraer diferentes atributos de la escena visual: color, profundidad, movimiento,…
Esta información desmenuzada se traslada después a áreas concretas de la corteza cerebral, llamadas áreas secundarias o de asociación, donde se relacionan las características para hacer posible su reconocimiento (“vía de qué”), es decir, para identificar su naturaleza e identidad, y donde se relacionan las características para hacer posible el lugar donde se encuentra el estímulo (“vía del dónde”). De esta forma nos damos cuenta de que un objeto con una forma determinada, brillo, color,… es un guante, o de que un sonido determinado se corresponde con un teléfono móvil; y de que el guante se encuentra detrás del vaso, o el sonido a nuestra izquierda.
Posteriormente este reconocimiento se relaciona con otras percepciones almacenadas en los sistemas de memoria del cerebro mediante las cuales hacemos valoraciones y juicios sobre lo percibido. Es cuando al reconocer el guante lo reconocemos como nuestro, o al oír el sonido de un teléfono móvil reconocemos si es el nuestro o no. Es en ese momento cuando respondemos a los estímulos, responder a la llamada, por ejemplo.
Todo ello lo hacemos rápidamente. Apenas somos capaces de darnos cuenta de todo lo que el cerebro tiene que realizar para poder percibir su entorno y responder posteriormente.