Uno de los rasgos más distintivos de la especie humana es la capacidad que tenemos de contarnos historias desde el pasado remoto o de un futuro incierto. Los padres que les narran a sus hijos cuentos antes de irse a dormir, inventan fantásticos universos que los pequeños imaginan. Esos universos imaginarios están hechos de palabras, signos lingüísticos que combinados conforman el lenguaje humano.
Ese lenguaje es el mismo que además avisa a la ambulancia si se produjo un accidente y salva de esa manera una vida, comunica simples noticias de la vida cotidiana, otras son fundamentales informaciones para la sociedad, enamora con mensajes románticos, o hiere cuando demuestra rencor.
No debe sorprendernos que el lenguaje sea el centro de la vida humana. El hombre puede conquistar grandes cometidos, porque es capaz de intercambiar información sobre sus conocimientos e intenciones a través del medio lingüístico.
Es la característica que más evidentemente diferencia al ser humano de otras especies. Es esencial para la cooperación humana; realizamos cosas sorprendentes compartiendo nuestro conocimiento, o coordinando nuestras acciones por medio de la palabra.
El lenguaje humano es intencional, tenemos un control absoluto de lo que queremos decir, por medio de infinitos mensajes, usando finitos elementos como los signos lingüísticos y las reglas de combinación, tenemos la capacidad de hablar sobre objetos o cosas no presentes (hablar sobre lo que hice ayer o lo que haré mañana), un adulto normal conoce alrededor de 50.000 palabras pero sólo puede pronunciar 3 por segundo.
El lenguaje es algo que nos hace humanos, que no compartimos con otras especies, cuya característica fundamental es que somos creativos, podemos decir siempre lo que queremos, cómo queremos cuando queremos y además podemos entender todo lo que nos dicen incluso cuando nunca antes hayamos escuchado esa oración.
El lenguaje se ha vuelto tan natural en nosotros, que hasta olvidamos lo extraño y milagroso que encierra este don.