¿Podemos estar seguros de que lo que sentimos, lo que percibimos, lo que recordamos está en el cerebro? Ahora si, después del estudio de pacientes con lesión cerebral. Pero no es de extrañar que durante mucho tiempo sabios antiguos como Aristóteles creyeran que radicaba en el corazón. A pesar de que en tiempos modernos hemos abrazado sin vacilación la preeminiencia del cerebro sobre el corazón, la lengua cotidiana sigue mostrando cierta ambivalencia acerca de esa elección. Por eso, solemos referirnos a un fracaso amoroso como que nos “rompe el corazón”; los cupidos que ilustran las tarjetas del día de San Valentín continúan atravesando con sus flechas corazones, no cerebros.
Si no supiéramos nada o casi nada sobre las funciones del cerebro, nosotros mismos podríamos cometer el mismo error, ya que no existen señales que nos indiquen que es el cerebro y no otro órgano de nuestro cuerpo el que piensa.
Partimos ya entonces de una dificultad añadida para poder llegar a conocernos a nosotros mismos. ¿Cómo es posible que de un órgano como el cerebro se genere algo tan aparentemente inmaterial, subjetivo y complejo como es la mente humana? Es el propio ser humano el único que puede dar respuesta a ello desde su propia experiencia para llegar a comprender su propio funcionamiento y llegar a saberlo todo sobre sí mismo.
Poseemos el órgano más complejo del universo: nuestro cerebro. Tanto es así que contiene más neuronas que estrellas en la galaxia y es el responsable de todas nuestras acciones.
Para ello debemos partir de La Consciencia. El término consciencia es uno de los términos más difíciles de definir, pero sí hay muchas cosas que sabemos acerca de la consciencia.
Podemos usar una analogía para comprender mejor qué se entiende por consciencia. Pensemos en una orquesta sinfónica.
En cualquier momento el cerebro está recibiendo y generando todo tipo de señales. Como los músicos que afinan ante el público, las señales son constantes, pero aleatorias. No obstante, cuando el director golpea la batuta en el atril, los músicos prestan de pronto atención. Cuando marca el primer tiempo, crean súbitamente señales con una armonía maravillosa. Los músicos, al cooperar, crean consciencia.
Puede constatarse esta analogía con experiencias que nos son familiares. Cuando dormimos, el director descansa. Sin su dirección, algunos músicos dejan de tocar: la vista y la razón se desconectan. Otros siguen tocando suavemente en el fondo: la respiración y digestión. De vez en cuando, sin embargo, algunos músicos tocan unas notas al azar que durante breves lapsos suenan como algo parecido a una canción: los sueños. Pero sin el director la canción se descompone enseguida.
¿Y si alguien se queda inconsciente al caerse y darse un golpe en la cabeza? El golpe conmociona físicamente al director y a los músicos, y les es imposible emitir las notas correctas o coordinarse. La canción se para hasta que el director y los músicos pueden restaurar el orden y proseguir lo que estaban haciendo.
Unas lesiones demasiado graves por un mal golpe pueden dejar a una persona en estado de coma. En ese caso los músicos están heridos y no pueden arreglarse para tocar de nuevo. Si son bastantes los heridos, la orquesta no podrá hacer que suene la canción. Solo si se curan –o si los sustituyen otros músicos- podrán volver en sí.